Imaginemos una escena similar a las de La Guerra de Los Mundos, el clásico de ciencia-ficción de Orson Welles: un día, inesperadamente, todas las ciudades del
mundo se despiertan con grandes naves espaciales en sus cielos. De ellas descienden miles
de alienígenas. Afortunadamente, las autoridades de los países de la Tierra
constatan que los extraterrestres no son agresivos. Al contrario, son seres
extremadamente dóciles que responden a las órdenes de los humanos, y que tienen
una extraña conciencia social y cooperativa, similar a la de las hormigas. No
consumen recursos. No beben ni comen. No tienen ningún interés intelectual. No
conocen los conceptos de hogar, familia propiedad privada o riqueza, ni les
interesan. Para vivir, sorprendentemente, sólo requieren una cosa: trabajar sin
descanso. Su extraña naturaleza biológica les obliga a trabajar las 24 horas
del día, en cualquier tarea que se les asigne, sin pedir nada a cambio. No descansan
ni se quejan. Además, aprenden de su propia experiencia. Son capaces de
absorber millones de datos, que no olvidan nunca y, si cometen un error, no lo
repiten jamás. De hecho, una extraña conexión telepática hace que aquello que
aprende uno de ellos, automáticamente es asimilado por toda la especie. A
medida que trabajan, cada vez son más productivos, más inteligentes y más
capaces de tomar decisiones autónomas. Inmediatamente, las empresas empiezan a
incorporarlos a sus estructuras productivas. Aquéllas que desconfiaban,
inevitablemente, pierden competitividad frente a las que les ofrecen trabajo. Así
que de forma masiva van siendo absorbidos por todo tipo de corporaciones.
Incluso, por gobiernos, sistemas sanitarios, despachos profesionales e
instituciones de investigación. En todas partes son bienvenidos. Y se
reproducen en progresión geométrica. En pocos años, llegan a ser más de 70
millones esparcidos por todo el globo. La productividad de la economía crece
también rápidamente a medida que los insaciables alienígenas son más y más
utilizados, y asumen tareas más complejas. Empresarios e inversores están
encantados de su relación con una raza tan generosa. Los gobiernos respiran
aliviados al comprobar que, efectivamente, las extrañas criaturas son totalmente
pacíficas, obedientes y colaboradoras. Vienen a ayudarnos a progresar. Sin
embargo, la invasión de los laboriosos ultracuerpos tiene un efecto crítico: en
poco tiempo, millones de trabajadores son innecesarios, desplazados de sus
puestos de trabajo, y se quedan sin ingresos. La pobreza se extiende imparable
por el planeta. Y los alienígenas tienen un defecto mortífero, que inicialmente
había pasado desapercibido: no consumen.
No compran nada. Los precarios exempleados, expulsados del mercado de trabajo,
tampoco pueden consumir. Así que los incrementos de
productividad iniciales se tornan progresivamente en caídas dramáticas del
consumo mundial en unos pocos años, y en un colapso absoluto de la economía
internacional. Cuando los líderes internacionales se dieron cuenta, los aliens
habían carcomido los fundamentos económicos del sistema capitalista, y
condenado a la miseria a millones de personas.
La fantasiosa fábula aparece en el magnífico libro The Rise of Robots: technology and the threat of mass unemployment (La Emergencia de los Robots: tecnología y
amenaza de desempleo masivo), New York Times best-seller, y ganador de los premios Financial Times y McKinsey al
mejor libro de negocios. Los alienígenas ya están aquí. Son dispositivos
electrónicos automatizados, interactivos y con inteligencia creciente. Son
plataformas digitales. Son robots. No vienen del espacio exterior, sino que
proceden de laboratorios de ingeniería, mecatrónica y ciencias de la
computación. Y el proceso está pasando en tiempo real.
Existe un profundo debate económico sobre los efectos de la automatización. Imaginemos que algo similar sea posible. Imaginemos que cada empleo
humano sea progresivamente sustituido por un robot o un algoritmo. Muchos economistas
dicen que “los expulsados del mercado de trabajo serán reabsorbidos por otros sectores”.
Ya, pero esto no es una ley natural. ¿Y si no pasa? En 1998, en EEUU se
computaron 194 billones de horas de trabajo. Quince años más tarde (2013), el
cómputo de horas invertido por el conjunto de empleados en la economía
americana era exactamente el mismo (194
billones de horas). Pero el valor de los productos y servicios generados se había
incrementado en 3,5 trillones de dólares (un 42% superior al de 1998), a la vez
que la población americana había crecido en 40 millones de personas. Desde
1972, la productividad americana ha aumentado en un 240% (principalmente, gracias
a la introducción de nuevas tecnologías). Mientras, los salarios se han
mantenido al mismo nivel, con un crecimiento real de sólo el 7% desde entonces.
¿Quién capturó los evidentes incrementos de productividad? Aparentemente, sólo
las rentas del capital, no las del trabajo (el principal medio de distribución
de la riqueza). La riqueza se crea, se captura por unos pocos afortunados, y cada vez se distribuye menos mediante salarios.
Según las evidencias que presenta el
autor del libro, Martin Ford, La recuperación post-crisis en Estados Unidos se
debe al consumo de una pequeña élite económica (5% de consumidores) que demanda
una fracción cada vez mayor de la producción económica total, mientras que el
95% restante carece de recursos para seguir consumiendo al ritmo pre-crisis, o
debe endeudarse substancialmente para ello. Los directivos de márketing
americanos saben que los únicos segmentos atractivos hoy son los de lujo.
Cualquier acción de crecimiento está orientada a productos reservados a la
población más opulenta. Mientras, los grandes distribuidores de descuento, como
Walmart, despiden a
centenares de trabajadores a la vez que comprueban cómo las compras se
concentran en los momentos inmediatamente posteriores al pago por el gobierno
de las pensiones o subsidios sociales, mientras que descienden dramáticamente a
final de mes, cuando las familias ya han agotado su liquidez. Estados Unidos parece derivar hacia
una peligrosa plutocracia, una sociedad partida, empobrecida y dirigida por un
selecto grupo de personas extremadamente ricas. Detrás vienen el Reino Unido,
Europa, y China.
En el mundo, el 1% de la población ya acumula tanta riqueza como el 99%
restante… La invasión masiva de los robots puede redundar en desempleo masivo,
desigualdad desbocada y, finalmente, colapso económico por caída dramática de
la demanda. Esta vez no se trata de
invasores extraterrestres que puedan ser derrotados por un virus, como relató
Orson Wells en su famosa Guerra de los
Mundos, que aterrorizó a los americanos que escucharon su versión adaptada
radiofónicamente en 1938, al confundirla con noticias reales. No son
alienígenas, pero la intensiva digitalización está creando distorsiones
importantes en la economía. Los robots son una fuente de progreso y
competitividad. Sin embargo, necesitaremos líderes sólidos, visión de futuro, y
un nuevo paradigma social de redistribución de la riqueza para hacer frente de
forma serena y sensata a la amenaza de un nuevo feudalismo tecnológico.
Artículo original publicado en Sintetia el 15/01/2017
Benvolgut Xavier,
ResponderEliminarvoldria aportar una visió positiva (i necessària) del fenomen de l'automatització. Concretament, pel que fa al repte de les pensions, amenaçat de mort per qüestions demogràfiques i productives. Podem desglossar la despesa de pensions sobre el PIB en quatre factors:
Despesa Pensions / PIB = (1) x (2) x (3) x (4)
(1) número pensions / població en edat de treballar
(2) població en edat de treballar / ocupats
(3) pensió mitjana / salari mitjà
(4) massa salarial / PIB
Seguint amb la tendència històrica d'Espanya, la despesa en pensions sobre el PIB és una bomba de rellotgeria. Ara suposa el 10,7% del PIB, però el 2050 es dobla (22,5% del PIB) amb la previsió demogràfica a la mà.
Una solució passa per augmentar més el PIB que la massa salarial (4). I això es pot fer mitjançant l'automatització i la robotització de l'economia. Si la taxa de substitució cau (és a dir, si el treballador quan es jubili acaba percebent un percentatge menor del salari que cobrava durant la seva vida activa), és fonamental que es complementi aquesta pensió pública més minsa (de subsistència) amb un major estalvi privat. Aquest major estalvi privat serà, al seu torn, el que nodrirà a l'economia espanyola del finançament necessari per a l'acumulació de capital hiperproductiu (automatització) que habiliti creixements del PIB sense tanta participació laboral com abans: és a dir, els treballadors-estalviadors s'han de convertir en els propietaris dels nous béns de capital hiperproductius (robots) i cobrar part de les seves pensions a partir de les rendes que aquests generin.
Eps, Jordi! Jo no estic en contra de l'automatització! Al contrari, sóc un tecnòleg convençut. La tecnologia és una força positiva de progrés. El que ens està fallant és el sistema. Calen mecanismes correctors radicalment innovadors. Hem d'encetar el debat de la Renda Bàsica Universal. Per això, precisament, hem de seguir aquest camí: fer l'economia hiperproductiva mitjançant tecnologia, però garantir la demanda mitjançant elements de renda complementaris als actuals.
ResponderEliminarJordi, es clar que no podem oposar-nos a l'innovació ni a les noves realitats que suposa la generalització de la IA i la robotització. És inevitable.
ResponderEliminarPerò els beneficis de l'augment de la productivitat els capturen els alts directius, els accionistes. I que no voldran compartir. Llavors sembla difícil que aquest excedent fruit de l'augment de la productivitat, complementi les pensions. La renda bàsica universal es una solució però si es minsa no permet l'estalvi privat per la jubilació en edat activa i també és insuficient en l'edat passiva. Tampoc permet un augment de les càrregues socials.
Tot plegat complex. Com diu Ford, la RBU és necessaria però haurà de complementar-ser amb mesures fiscals i altres mesures redistributives. També, i això és important, les societats més innovadores, dinàmiques, amb una base empresarial oberta i compromesa i amb lideratges adequats podran oferir llocs de treball qualificats ben pagats que és sumarien a la RBU.
Un futur que no serà fàcil, però no impossible